jueves, 9 de enero de 2014

Tiempo entre costuras

 
Hola!, soy yo, unas humildes patas de una máquina de coser. Si, eso es lo que soy, la parte de apoyo y de tracción  del cabezal de costura. Nos separaron hace tiempo, cuando parece que por cosas de la modernidad, dejamos de ser útiles. Estuvimos juntas, en una sola pieza y en buena armonía y sincronización durante dos generaciones. La señora Ana, la abuela, nos compró hace muchos años, y la pobre cosía hasta la madrugada ropa para las vecinas, y así poder pagar las mensualidades. También cosía para toda la familia. Pantalones y camisas para Julián, su marido. Vestidos y faldas para ella y su hija Marta. Además de manteles, sábanas, cortinas y cualquier cosa que se le ocurría, era muy mañosa. Nos hizo trabajar mucho, pero nos trataba muy bien. Nos sentíamos tan orgullosas de nuestro trabajo, pasamos tanto tiempo entre costuras. Cuando la señora Ana murió, y su hija Marta se casó, también cosía alguna cosa, pero menos. Algún vestidito para su hijita Raquel. Repasar alguna falda suya, o arreglar los bajos de los pantalones de su marido, Andrés. Al cabo de unos años, se mudaron a una casa en las afueras. Dejaron algunos muebles y otros se los llevaron a la nueva casa. El piso donde vivíamos quedó en silencio, y el tiempo fue pasando. Un buen día apareció una gente desconocida y comenzaron a desmontarlo todo. Me separaron del cabezal de la máquina y me encerraron en un almacén oscuro y húmedo. Creo que me dormí, o me desmayé. No sé cuanto tiempo permanecí inconsciente. Debió ser mucho, porque cuando desperté, mi vestido de pintura dorada estaba todo desconchado y sucio. Mis pies y el pedal estaban oxidados. Qué horror!, cómo ha podido pasar esto?. Un día me metieron en un furgón con un montón de muebles y objetos. Nos depositaron en una explanada a pleno sol. Gente y más gente pasaba por allí, mirando, observando, tocando. La gente preguntaba, ¿Cuánto pides?. Y un tipo que parecía el amo de aquello decía, 60, 50, 40, ¿Cuánto quieres pagar amigo?. No entendía nada, mucha gente me tocaba. Hasta que llegó un hombre que me observó mucho rato, me tocó, y preguntó al dueño. Le pagó y el dueño me sacó de donde estaba. El hombre me cogió en brazos y me llevó fuera de aquel enjambre de gente y trastos. Ya en la calle me puso en el suelo y sacó un aparato, me miró con el, y solo escuché click!. Y me metió en la parte de atrás de una cosa con ruedas. Me llevó a un lugar tranquilo, muy tranquilo. Me desmontó entera, pieza a pieza, y sentía una sensación muy rara. Tomó un aparato extraño que tenía como un cepillo que daba vueltas y hacía mucho ruido. Sentí cosquillas cuando lo deslizaba por mis superficies. Me estaba desnudando, quitándome mi viejo y destartalado vestido de pintura dorada. Pintura dorada, que en la casa donde estuve trabajando pusieron sobre mi vestido original de pintura negra. La verdad es que sentía alivio de despojarme de mis viejos vestidos. Me curó el óxido de mis patitas, y del pedal. Quedé desnuda completamente, tal como nací, hierro puro. Al cabo de un tiempo apareció con un bote y una cosa de madera con pelos. Abrió el bote, mojó los pelos dentro y comenzó a pasarlos por mi fina piel. Sentí mucho gusto con eso, y me di cuenta de que se trataba de un nuevo y elegante vestido. Le llevó tiempo hasta que todos mis trozos estuvieron pintados. Entonces me armó de nuevo y ya pude tener conciencia de mi nuevo aspecto. Qué hermosura, qué distinción, y que bonito me queda mi nuevo vestido. Otro día se lo pasó tomando medidas. Por aquí, por allá. Miraba una y otra vez. Tomaba notas en un papel, tal vez dibujaba algo. El resultado es que al cabo de unas semanas, apareció con un marco de hierro rematado con un cristal. Y me lo sujetó con cuatro tornillos dorados. Y ahora tengo este aspecto tan fino y elegante. Es una suerte haber sido encontrada y restaurada. Ahora mi vida está dedicada a que me contemplen, a deleitar a aquellas personas sensibles que son capaces de encontrar belleza hasta en las cosas más sencillas.
Para vos MYR